Esperanza y desesperanza.
Por Lorenzo Hernández • 7 Abr, 2009 • Sección: Hablar de Ciencia
El cambio de la percepción del mundo que produce la ciencia puede provocar verdadero vértigo y temor. La ciencia da esperanza…y la quita. Si pensamos a corto plazo, la ciencia nos da esperanza: curaremos enfermedades, conquistaremos el espacio y nos ayudará a entender mejor el universo y la naturaleza; a corto plazo la ciencia puede ser romántica: podemos pensar en las bellas danzas de los planetas, soñar en viajar a un planeta lejano o simplemente subir a la montaña más cercana y divisar las estrellas y al Vía Láctea. Pero es sólo a corto plazo. A largo plazo, a muy largo plazo, la ciencia nos avisa de que toda esta belleza desaparecerá; nos despoja la perspectiva del futuro y nos ata con cadenas a su realidad objetiva.
Si damos un paseo por el planeta Tierra se puede observar que es un lugar maravilloso. La vida en toda su asombrosa diversidad está por todas partes. Es fácil dar todo esto por sentado, pero no deberíamos porque un día puede que desaparezca para siempre. El astro que un día nos dio la vida nos la quitará, así que debemos huir del Sol. Si intentamos entender lo que ocurrirá dentro de millones y millones de años la ciencia nos arrastra al desastre; si procuramos darle pasión ella nos devolverá desesperanza, nos quitará la confianza y la expectativa de futuro. Tarde o temprano (5000 millones de años) el Sol aumentará de tamaño y la vida en la Tierra se extinguirá de forma gradual. El Sol, conforme vaya agotando su combustible se irá haciendo cada vez más caliente. Cuando haya aumentado la temperatura un 5% la vida vegetal de nuestro planeta desaparecerá. Nuestro suministro de alimento menguará sustancialmente. Un aumento de temperatura del 10% y los animales también empezarán a morir. Un 15% más caliente y se evaporaran ríos y océanos creando enormes nubes que atraparán aún más calor. En un futuro lejano la vida en la Tierra será imposible. Es una muerte anunciada así que debemos de salir de este barrio al que llamamos Sistema Solar. También nos acechan peligros como asteroides o cometas que destruirían nuestra civilización en un abrir y cerrar de ojos.
Las últimas teorías cosmológicas avisan que el final es oscuro y vacío (si es que el vacío está vacío). El mundo estallará en mil pedazos infinitas veces y al final todo será penumbra. Si la energía oscura hace que el universo se expanda indefinidamente, todo acabará en el llamado Big Rip o el gran desgarramiento, un inmenso eco de negro vacío sin fin, en un vacío infinito que se produciría dentro de unos 22.000 millones de años, algo que no nos debería de inquietar, sobre todo porque nuestro sistema solar habría desaparecido muchos años antes de que ocurriera dicho cataclismo. Sea lo que sea, el tiempo no tiene compañeros de viaje y matará nuestras esperanzas, nuestras ilusiones.
Pero el tiempo no tiene amigos
Ni hace prisioneros al pasar
Sólo deja al borde del camino
Cadáveres para enterrar.
Cartografía. «Nada malo«. José Ignacio Lapido.
Todo nuestro conocimiento pasado, presente y futuro desaparecerá. Resulta insoportable pensar que en el futuro la información será menor de la que hoy gozamos. (Aunque no sería la primera vez, Europa Occidental entró en la Edad Media con grandes dificultades que minaron la producción intelectual del continente. Los tiempos eran confusos y se había perdido el acceso a los tratados científicos de la antigüedad clásica (en griego), manteniéndose sólo las compilaciones resumidas y hasta desvirtuadas).
Esta energía oscura que acelera el universo condena a los astrofísicos que observen el universo dentro un billón de años a saber menos del universo que nosotros, a menos que se conservemos los documentos del presente, cosa extraña analizando la historia bélica y de desprecio por el conocimiento pasado que poseemos los humanos. Si ir más lejos, con la invasión de Irak, dirigida por George W. Bush, se produjo un exterminio humano de la memoria de la humanidad. Numerosas tablillas de barro, historia viva, fueron robadas o destrozadas por los bombardeos. Y es que en Irak, cuando aún no era Irak, nacieron las primeras palabras escritas.
Lo desconocido nos trasforma en niños adictos a la verdad.
«Nunca se sabe si al despertarnos habrá un santo que nos ampare» (Lapido). Si no es así, ¿al final veremos apagarse todo? ¿el azar cuántico determinará el finito? ¿la incertidumbre nos obliga a desconfiar del futuro?
La muerte no es lo que nos asusta; lo que nos atormenta es saber que pasaremos por el mundo sin pena ni gloria; como si nunca hubiéramos existido; como si nunca hubiéramos respirado, amado, visto, oído o sabido; como si jamás hubiéramos tenido o acariciado la verdad; como si de ningún modo hubiéramos probado un buen vino ni visitado un buen restaurante; ni hubiéramos probado el pecado. Se suele decir que las personas no mueren si viven en los recuerdos de otras personas pero tarde o temprano todos los recuerdos desaparecerán. Aún cuando estas personas sean dignas de recordar por su aportación a la humanidad, más allá de sus aventuras y desventuras personales. Los recuerdos de Aristóteles, Hipatia, Kepler, Galileo, Newton, Darwin y Wallace, Lavoisier, Marie Curie o Einstein, que llevan mucho tiempo en la mente de las personas, romperán filas y se dispersarán. A pesar de querer inmortalizar con la escultura, la pintura, la escritura, la música, la palabra, la informática, la fotografía…llegará el día en que estos inmortales inertes retratados mueran para siempre porque no habrá mortales que inmortalicen.
Así, cuando un día se apague la luz no sé quien hará el camino a oscuras. Las ondas conocerán la solución. Todo quedará inacabado: los deseos recorrerán un camino demasiado largo; la tristeza luchará por encontrar un lugar en las pupilas del universo; el aire llamará al silencio; las luces viajarán hacia la oscuridad; el tiempo jugará la partida del fin; las circunstancias no nos dejarán ser espectadores alrededor de la nada; en el futuro ficticio no habrá sitio para los arcoiris, para los Newton que nos expliquen las fantasías de la luz; no habrá huellas que analizar, ni desiertos que explorar; la Tierra volverá a ser plana; las lágrimas nos recordarán el principio de la realidad; y la música no comprenderá lo que significa un Do.
Ayer, las vidas flotaban, brillaban, se asustaban, esperaban, soñaban…Las calles de las ciudades respondían a nuestras preguntas absurdas. Bebíamos las condiciones de la perdición. Mañana nada será igual: nos quedaremos con las ganas de multiplicar por cero; no sabremos que es el ser o la esencia; el humo se descompondrá, como si de un truco se tratara; seremos espectadores de la desintegración y del golpeo de las olas contra la eternidad.
La ciencia también nos quita el romanticismo en otras facetas de la vida. Así, la pasión dura un tiempo limitado, y no somos la creación perfecta de ese ser superior, somos sólo fruto del azar, de la selección natural, una casualidad. Antes o después nos convertiremos en desechos orgánicos, en átomos que se reciclarán en este ciclo indefinido de materia y energía. Tendremos que vivir con este trance evitando poner punto y aparte. El amor tan sólo es un instinto de supervivencia, una fusión para asegurarse una buena descendencia y hacernos inmortales transmitiendo nuestros genes.
Pero como esta previsión es a muy largo plazo, quedémonos con la belleza y el romanticismo de la que disfrutamos hoy. Abandonemos las penas y abordemos los problemas intentando calcular las equis de las ecuaciones que nos harán abrir las puertas donde reside la fragancia del universo o de la conciencia.
