Exilios y Odiseas: una novela basada en la vida de Severo Ochoa (reseña).

Por • 3 Nov, 2017 • Sección: Libros

Es curioso que nuestros dos premios Nobel de ciencia, Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa, hayan tenido una relación borrascosa con la organización del Premio Nobel. A Ramón y Cajal le otorgaron un merecidísimo premio por la teoría que coloca a la neurona como la unidad anatómica, y más tarde funcional, del cerebro. Desafortunadamente, tuvo que compartir el honor con Golgi, un científico extraordinario y merecedor por muchas razones de un Nobel, pero que nunca aceptó la teoría de Cajal, y que incluso durante los actos de recogida de premios intentó refutarla. No está bien que los suecos decidieran que el día de su mayor fiesta científica tuviese que compartir mesa con un rival que fue casi un enemigo.

El caso de Severo Ochoa es menos conocido. El genio asturiano recibió el Nobel, junto a su alumno Arthur Kornberg, por la síntesis de los ácidos nucleicos. Ochoa había teóricamente sintetizado ARN en el laboratorio y Kornberg había hecho lo mismo con el ADN. Este Premio les dio una fama internacional y galvanizó los esfuerzos del gobierno español, entonces bajo el mandato de Franco, para recuperar a Severo Ochoa para la ciencia española.

Sin embargo, no mucho después de su viaje a Suecia, Ochoa comprobó que la enzima que había identificado no sintetizaba ARN. De hecho, la enzima responsable de este proceso fue identificada más tarde. Así pues, su Nobel fue dado a un descubrimiento que no fue tal.

En Exilios y Odiseas: la historia secreta de Severo Ochoa utilizo la ficción para profundizar en las repercusiones psicológicas que este hecho pudo causar en la vida de Ochoa, un profesor famoso que dirigía un laboratorio muy potente en Nueva York. El Premio Nobel es el galardón científico que tiene más visibilidad en el mundo. Los ganadores pasan a ser la élite de la élite en ciencia y son invitados a dar conferencias y organizar congresos alrededor del mundo. Esta fama instantánea y global se vuelve contra el laureado en caso de que su descubrimiento sea en semifallo. Un Nobel equivocado puede hacer que la sociedad recrimine al premiado, cuando en realidad el científico nunca hizo ningún movimiento para conseguir el Premio y el error solo cabe atribuirlo a los académicos suecos que aceptaron la nominación y eligieron a los ganadores por encima de los otros nominados.

Es muy interesante comprender que el trabajo de Severo Ochoa después del Nobel fue más importante que su trabajo anterior con la síntesis de ARN. De hecho, la enzima que él había descubierto podía formar, de modo transitorio, unos polímeros de polinucleótidos que facilitaron la entrada de su laboratorio en la carrera por descifrar el código genético. Y el español llega a hacer méritos, y muchos más que otros, para ser nominado para un segundo Nobel, el que se otorgó por el descubrimiento del código genético.

Estos hechos constituyen el armazón de realidad de Exilios y odiseas: la historia secreta de Severo Ochoa. La novela comienza en la Residencia de Estudiantes de Madrid donde Ochoa, estudiante de medicina, trabajaba en un laboratorio. Dalí y Buñuel, que también atendieron a La Residencia de Estudiantes en Madrid, me sirven para explicar que Ochoa vive desde su juventud en un ambiente sofisticado, elitista, al menos a nivel intelectual. Dalí fue amigo del asturiano y hasta diseñó una cubierta para un libro de congresos que se organizó para su setenta cumpleaños. Además, el pintor vivió fascinado por el ADN, una prueba irrefutable, según él, de la inmortalidad del hombre.

Severo también conoció a Buñuel, y una anécdota interesante es que el director de cine ganó el primer premio del festival internacional de Cannes el mismo año que Severo recibió el Premio Nobel de Medicina. La relación con Negrín fue especial. Negrín, político, médico y profesor de universidad fue el mentor de Severo, y como profesor de fisiología de la facultad de medicina de Madrid le inició en la investigación básica, le proporcionó espacio de laboratorio y le animó a que estudiase en el extranjero. Después, al comienzo de la guerra civil, Negrín escribió un salvoconducto para que Carmen y él pudiesen salir de España hacia Francia. Y aún más tarde, en pleno conflicto armado, Negrín ayudó a los familiares de Severo y de Carmen a salir de zonas peligrosas y buscar refugio en otras regiones de España y en el extranjero.

En Exilios y Odiseas también aparece como un personaje de ficción Camilo José de Cela. Nuestro Premio Nobel de Literatura, extrovertido, gruñón, ingenioso y bruto, da la réplica a un humilde Ochoa. Mientras que el Severo de Exilios y Odiseas esta desencantado con el Nobel, porque en su momento creyó que representaba lo mejor de la ciencia, pero luego se había convertido en un estigma, Cela ya está de vuelta de todo y va a Suecia dispuesto a cobrar por cada entrevista, a usar la ceremonia como una propaganda de sus libros, y a disfrutar del hotel, de ser un huésped de la realeza y comer bien en los banquetes. Ochoa va con Carmen a recoger el Nobel, pero Cela se llevó a Estocolmo a familiares, vecinos y admiradores. En fin, son dos genios sin duda, son también dos Nobel y en la novela representan dos modos diferentes de aproximarse a los supuestos honores suecos.

Escribí Exilios y odiseas con la idea de situar al lector en el laboratorio de Ochoa, entre probetas y matraces, enredado en el proyecto, creando material genético con él y quise que caminase las calles de Nueva York junto a él, que sintiese la lluvia o el sol en la cara, y que viajase también a Suecia para asistir de invitado especial a las ceremonias del Nobel, y aún más: que pudiese entrar en su mente, que oyese sus pensamientos. Exilios y Odiseas me ha permitido seleccionar momentos reales y crear muchos otros, adelantando o frenando el transcurso del tiempo real para poder contar una historia muy interesante que está compuesta de la encrucijada de otras historias llenas de intrigas, manipulaciones políticas, amor verdadero y amistad, donde cabalgan juntas ciencia y aventura.

En mi opinión, Ochoa no hizo investigación para ganar el Nobel, solo quería avanzar la ciencia, aumentar los conocimientos de la humanidad, esa era su meta. Aceptó el Nobel y probablemente hubiera aceptado otro, pero no vivía a la caza de honores. Por ejemplo, Severo rechazó en más de una ocasión tener un título nobiliario. Y no quiso que su entierro se hiciese con honores de estado, rechazó la pompa, y hasta escribió el humilde y emotivo epitafio de su tumba, para, entre otras cosas, impedir que alguien usara la lápida para colocar una frase rimbombante y artificial. Ahora ya fallecido, además de las calles, los colegios, los hospitales y los centros de investigación, hay también un asteroide que lleva su nombre y un sello de correos americano que circula con su efigie. Y es que los descubrimientos de Severo Ochoa han sido demasiado grandes para ser ignorados.

Este texto ha sido escrito por Juan Fueyo Margareto, autor del libro. Fueyo es asturiano y profesor e investigador oncológico en el Hospital M.D. Anderson de Houston.

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